martes, 14 de junio de 2011

Diana y Ali


Sólo existía la oscuridad de la noche. A lo lejos se  oyen los tacones con un ritmo rápido, la respiración agitada, la adrenalina al tope. No huye, al contrario, la excitación es porque ha llegado a su destino. No acelera el paso pero su corazón se siente como un caballo desbocado que quiere salir corriendo del pecho.
Se detiene en una casa del centro histórico, hermosa, imponente. Toca a la puerta y esta se abre sin pregunta previa. Al entrar se encuentra en un  salón sólo iluminado por velas, la recibe el olor del incienso. Ella ha estado ahí sólo en sueños. Es un palacio bellísimo. La servidumbre se acerca para quitarle el abrigo y darle una copa de vino. Diana lo toma de un sorbo, está nerviosa, no escucha nada más que su corazón que late a mil. La llevan a la sala donde espera impaciente.
Desde donde está sentada se refleja en un espejo. Suelta su cabellera larga, castaña, rizada y espesa. Checa los botones de la blusa satinada, acomoda la falda arriba de la rodilla, admira sus piernas en las medias de red negras, contempla la hermosura que los tacones le dan a sus piernas. Se mira el rostro blanco que combina perfecto con el labial rojo. Se ve y sabe que es hermosa. Su contemplación es interrumpida por la mujer que le trae más vino, se acerca y sutilmente le dice al oído mientras le sirve: “Salga de aquí antes de que se pierda en esta casa”. Se retira sin mirarla. Diana, que hace unos momentos se sentía excitada ahora siente miedo, toma de golpe de nuevo la copa de vino y se levanta rápido.
 “Bienvenida mi pequeña” se escucha fuerte y claro, pero no se ve al dueño de la voz. “Veo que lo has pensado mejor y te marchas” dijo Ali. “Oh no, es sólo que…” es interrumpida. “Ven, anda” sale de la oscuridad  para acercarse. Ella lo mira hipnotizada. Le encanta su piel morena, su cabello largo y negro, su delgada silueta. Se ve reflejada de nuevo, ahora no por el espejo, si no por los ojos grandes y negros de Ali. Hermosa y radiante se acerca para verse mejor.  Él la toma de la cintura mientras ella se pierde en sus ojos de dragón. Se acerca y la besa. Diana siente que explota.
No sabe cómo llegó a la cama que sólo estaba cubierta por una sábana, con él contemplándola  desde un sillón rojo carmesí.  Se incorpora y camina. Ali  pone su mano en la cintura de Diana y respira profundo mientras pega su cara en su vientre. Baja sus manos lento y las mete bajo la falda, despacio sube como si quisiera memorizar su cuerpo, saca sus manos y la mira con deseo. No se contiene y arranca la blusa de un tirón. Los botones salen disparados dejando  al descubierto sus suculentos senos, el encaje deja ver sus pezones rosados y duros. Ali muerde sus labios mientras arranca del cuerpo la prenda negra que le estorba para poder comerlos. Diana deja escapar pequeños gemidos  que salen  al contacto de su lengua y de sus  manos. Ella torpemente trata de desvestirlo, pero es tanto el placer que siente del contacto de sus senos con la saliva, qué no puede y se deja llevar por el placer. Mientras Ali mordisquea  con destreza,   baja la ropa interior que cae despacio por las piernas, dejando el liguero, las medias y los tacones puestos.

Se separa de ella  para contemplarla semi desnuda, se acerca para besar su oído “Quiero ver que te toques “le susurra al oído y regresa al sillón para poder mirarla. Se recuesta  y con movimientos lentos  comienza a deslizar sus manos en su cuerpo. La luz de la luna que entra hace que su cuerpo parezca de mármol, tallado por los mismos Dioses.  Ali se desnuda lentamente mientras Diana se toca, hundiendo lento los dedos de una mano.
Complacido con el espectáculo que ella le ofrece se acerca  y le pide que pare. Lento la recorre desde los pies olfateándola despacio, cómo animal oliendo a su presa  va subiendo despacio hasta llegar a su sexo  mojado que se expone como una flor abierta y húmeda. Él respira profundo los manjares de la carne, no deja de olerla pero no la toca. Quiere guardar el olor de su sexo en la memoria. Abre más la flor para encontrar su botón, inhala profundo y después sopla. Diana se retuerce de placer, contrae las piernas y Ali hunde la cara, la lengua  inquieta va probando el néctar que se derrama.  Los ojos en blanco, las manos que se aferran a las sábanas, la respiración entre cortada, todo se inunda de placer.
La penetra y mientras se introduce despacio, la mira a los ojos, se produce una chispa en ambos y empieza el  cataclismo. El impacto de sus sexos es  tal, agitando y estremeciendo sus cuerpos, su centro tiembla con cada embestida.  Se detiene el tiempo.
Diana en un arrebato de pasión lo monta, dejando caer la melena de sirena sobre sus senos, arquea la espalda al sentir como entra su amante rápido, agitado, hinchado por el deseo. Es tanta la pasión y lujuria, que no pueden más y explotan como un volcán en erupción destruyendo todo a su paso. La lava de sus sexos los inunda, los quema. Ali la toma de la nuca y la besa profundo, sudan, tiemblan, se funden, sus almas se eleva haciéndose una…
Diana abre sus ojos despacio, no sabe cuánto tiempo ha pasado, pero piensa que ha dormido días enteros. No lo ve a su lado, la oscuridad del cuarto es más intensa, la Luna se ha ido. Es en ese momento cuando trata de incorporarse más no puede, está atada a la cama de pies y manos. En ese momento recuerda a la mujer que le advierte, brotan las lágrimas de sus ojos. Confundida no sabe lo que pasa.  Ali parado al pie de la cama toca su tobillo con su mano helada mientras le dice: “Tranquila mi muñequita, no pasa nada”.
Continuará…