viernes, 18 de noviembre de 2011

El deseo

-“No quiero salir de la cama”-. Es lo que siempre pienso todas las mañanas antes de abrir los ojos. -“no quiero”-, me repito una y otra vez. Estiro la mano tocando el vacío que quema frio mi piel. Una ola de adrenalina inunda mi cuerpo, los latidos acelerados de mi pecho agitan mi respiración y pienso. -“Odio desearlo tanto”-.
No ha amanecido aún y mi cuerpo ya me pide sentirlo dentro. Meto mi mano en mi sexo mojado tratando de mitigar esta sed que tengo, me incendio pensando en sus besos, su saliva quemando la piel de mis senos, camino que arde mientras baja por mi abdomen y se hunde entre mis muslos, sopla lento, su lengua lamiendo, mi cadera moviéndose al compas de la música de su deseo. Me estremezco. Amanece.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Mil gracias.

Aunque sé que debería escribir más, mi cabeza revuelta de experiencias y palabras, no me permiten expresarme del todo. Les pido una disculpa a los que esperan pacientes encender su sangre con el roce de mis letras.
Mil gracias por sus comentarios, todos y cada uno de ustedes que ha dejado uno, sepan que dejan en mi una gran sonrisa.

Les mando besos desde mi cama.

Fanny.

martes, 14 de junio de 2011

Diana y Ali


Sólo existía la oscuridad de la noche. A lo lejos se  oyen los tacones con un ritmo rápido, la respiración agitada, la adrenalina al tope. No huye, al contrario, la excitación es porque ha llegado a su destino. No acelera el paso pero su corazón se siente como un caballo desbocado que quiere salir corriendo del pecho.
Se detiene en una casa del centro histórico, hermosa, imponente. Toca a la puerta y esta se abre sin pregunta previa. Al entrar se encuentra en un  salón sólo iluminado por velas, la recibe el olor del incienso. Ella ha estado ahí sólo en sueños. Es un palacio bellísimo. La servidumbre se acerca para quitarle el abrigo y darle una copa de vino. Diana lo toma de un sorbo, está nerviosa, no escucha nada más que su corazón que late a mil. La llevan a la sala donde espera impaciente.
Desde donde está sentada se refleja en un espejo. Suelta su cabellera larga, castaña, rizada y espesa. Checa los botones de la blusa satinada, acomoda la falda arriba de la rodilla, admira sus piernas en las medias de red negras, contempla la hermosura que los tacones le dan a sus piernas. Se mira el rostro blanco que combina perfecto con el labial rojo. Se ve y sabe que es hermosa. Su contemplación es interrumpida por la mujer que le trae más vino, se acerca y sutilmente le dice al oído mientras le sirve: “Salga de aquí antes de que se pierda en esta casa”. Se retira sin mirarla. Diana, que hace unos momentos se sentía excitada ahora siente miedo, toma de golpe de nuevo la copa de vino y se levanta rápido.
 “Bienvenida mi pequeña” se escucha fuerte y claro, pero no se ve al dueño de la voz. “Veo que lo has pensado mejor y te marchas” dijo Ali. “Oh no, es sólo que…” es interrumpida. “Ven, anda” sale de la oscuridad  para acercarse. Ella lo mira hipnotizada. Le encanta su piel morena, su cabello largo y negro, su delgada silueta. Se ve reflejada de nuevo, ahora no por el espejo, si no por los ojos grandes y negros de Ali. Hermosa y radiante se acerca para verse mejor.  Él la toma de la cintura mientras ella se pierde en sus ojos de dragón. Se acerca y la besa. Diana siente que explota.
No sabe cómo llegó a la cama que sólo estaba cubierta por una sábana, con él contemplándola  desde un sillón rojo carmesí.  Se incorpora y camina. Ali  pone su mano en la cintura de Diana y respira profundo mientras pega su cara en su vientre. Baja sus manos lento y las mete bajo la falda, despacio sube como si quisiera memorizar su cuerpo, saca sus manos y la mira con deseo. No se contiene y arranca la blusa de un tirón. Los botones salen disparados dejando  al descubierto sus suculentos senos, el encaje deja ver sus pezones rosados y duros. Ali muerde sus labios mientras arranca del cuerpo la prenda negra que le estorba para poder comerlos. Diana deja escapar pequeños gemidos  que salen  al contacto de su lengua y de sus  manos. Ella torpemente trata de desvestirlo, pero es tanto el placer que siente del contacto de sus senos con la saliva, qué no puede y se deja llevar por el placer. Mientras Ali mordisquea  con destreza,   baja la ropa interior que cae despacio por las piernas, dejando el liguero, las medias y los tacones puestos.

Se separa de ella  para contemplarla semi desnuda, se acerca para besar su oído “Quiero ver que te toques “le susurra al oído y regresa al sillón para poder mirarla. Se recuesta  y con movimientos lentos  comienza a deslizar sus manos en su cuerpo. La luz de la luna que entra hace que su cuerpo parezca de mármol, tallado por los mismos Dioses.  Ali se desnuda lentamente mientras Diana se toca, hundiendo lento los dedos de una mano.
Complacido con el espectáculo que ella le ofrece se acerca  y le pide que pare. Lento la recorre desde los pies olfateándola despacio, cómo animal oliendo a su presa  va subiendo despacio hasta llegar a su sexo  mojado que se expone como una flor abierta y húmeda. Él respira profundo los manjares de la carne, no deja de olerla pero no la toca. Quiere guardar el olor de su sexo en la memoria. Abre más la flor para encontrar su botón, inhala profundo y después sopla. Diana se retuerce de placer, contrae las piernas y Ali hunde la cara, la lengua  inquieta va probando el néctar que se derrama.  Los ojos en blanco, las manos que se aferran a las sábanas, la respiración entre cortada, todo se inunda de placer.
La penetra y mientras se introduce despacio, la mira a los ojos, se produce una chispa en ambos y empieza el  cataclismo. El impacto de sus sexos es  tal, agitando y estremeciendo sus cuerpos, su centro tiembla con cada embestida.  Se detiene el tiempo.
Diana en un arrebato de pasión lo monta, dejando caer la melena de sirena sobre sus senos, arquea la espalda al sentir como entra su amante rápido, agitado, hinchado por el deseo. Es tanta la pasión y lujuria, que no pueden más y explotan como un volcán en erupción destruyendo todo a su paso. La lava de sus sexos los inunda, los quema. Ali la toma de la nuca y la besa profundo, sudan, tiemblan, se funden, sus almas se eleva haciéndose una…
Diana abre sus ojos despacio, no sabe cuánto tiempo ha pasado, pero piensa que ha dormido días enteros. No lo ve a su lado, la oscuridad del cuarto es más intensa, la Luna se ha ido. Es en ese momento cuando trata de incorporarse más no puede, está atada a la cama de pies y manos. En ese momento recuerda a la mujer que le advierte, brotan las lágrimas de sus ojos. Confundida no sabe lo que pasa.  Ali parado al pie de la cama toca su tobillo con su mano helada mientras le dice: “Tranquila mi muñequita, no pasa nada”.
Continuará…

viernes, 4 de marzo de 2011

El Espejo

Era una noche de esas en la cual traes trabajo a casa, llegué cansada por la cotidiano de la oficina, las juntas, el tráfico. Abrí una botella de vino, me desvestí hasta quedarme en ropa interior y me dispuse a seguir con los pendientes del día, no quería dejar nada para mañana.

Después de unas horas de arduo trabajo, me llevé una sorpresa al levantarme de la mesa y pasar frente al espejo, no era mi reflejo el que yo contemplaba, era el tuyo, tu rostro, tus manos. Me di vuelta y vi que no estabas, que era yo a quien miraba, más no era yo, eras tú. No quise prestarle atención, me dije: " Es el cansancio". Fui a la cocina y preparé un café cargado, lo tomé despacio mientras pensaba en el stress, los compromisos. Seguí bebiendo.

La puerta se abrió y vi por el reflejo del espejo que no eras tú, era yo quien entraba. Te acercaste a mi y me besaste. Pude sentir como toqué mi propio cuerpo, mis propios labios, me besé a mi misma. Te separé de mi para poder contemplarme, y ahí en todo esplendor vi mi piel de porcelana, mi cabello largo y rizado, pude oler en ti mi propio perfume. Mis ojos avellana de mirada profunda, al mirarlos te reflejaban. ¡No lo podía creer, si era yo!  Locura sin duda la que me embriagaba y es por ésta que no perdí la oportunidad de poseerme, de amarme.

Despacio desabroché mi camisa, acaricié mi pelo, bese mi ojos, mi cuello, baje la falda. Sabía lo que me excitaba, entonces no dude en decirme al oído todas las cosas que yo misma me provocaba. Te llevé a la cama, y ahí, frente al espejo nos pude ver reflejados, hermosos. No puedo negar que me encantó ver mi piel desnuda, sentirla tan suave bajo mis caricias, el verme estremecerme era increíble, me sentí plena, completa al ver tu piel, que era mía, reactiva, erizada.

Comencé a besarme apasionadamente, me tomé del pelo, me estreché en tus brazos, lento recorrí mi cuerpo con tus besos, abrí tus piernas que eran mías y hundí mi cara en mi propio sexo. Me regale los manjares de las mieles que brotaban incontenibles. Me escuché gemir mientras yo lamía, me probaba. La excitación era grande, era un sueño lo que sentía, no cabía más de placer al sentir mis senos en mi boca, mordidos y estrujados en mis manos. Al fin  me penetré, nos sin antes decirme cuanto me deseaba y reflejarte en mis ojos de nuevo. Me gustó ver mi cara en la embestida, donde deje escapar por la boca el poco aliento que contenía. Yo era mía, me pertenecía toda, me entregue completa, a mi misma.

Ver mi cuerpo como se retorcía y sentirme temblar mientras lo contenía con mis manos, fue el mejor regalo que me pudo dar la vida, sentir que me diluía en mi misma, que podía estar con la persona que realmente amaba, hacerme el amor e implosionar en mi ser y explotar en tu cuerpo, que era mio. Me llené al fin de mi, me intoxique conmigo, me embriagué de mi vino, de mi propio veneno, me amé, me lamí, me mordí, me rasguñé, me perdí, me enamore y me rompí el corazón, me llevé al cielo de donde no pude bajar más, me encontré  y así me pude devolverme la vida.

Cuando después de tanto éxtasis pude ver que me había quedado dormida frente a la computadora, froté mis ojos y me dije: "fue un sueño",  más mi sorpresa fue muy grande, al ver que junto al espejo me había dejado unas rosas.

martes, 1 de marzo de 2011

El desconocido

Ahí estaba yo, tomando unos tragos en una fiesta, bailando al ritmo de la música con mis amigos, la mini se subía mostrándome de más, sin medir lo que bebía, pasaron las horas. Mis sentidos alterados me decían que no era bueno que permaneciera ahí, que me marchara, más no pude, una mano me detuvo, firme y cálida. Perdí la noción del tiempo, todo se veía como cámara rápida, de pronto ya estábamos en un cuarto, las caricias se volvieron profundas, hasta un tanto agresivas, apasionadas,  mi boca dejaba escapar uno que otro gemido y mi cuerpo me pedía que lo penetraran.

No recuerdo cuando, pero quedé desnuda, y con su miembro clavado en mis entrañas, las sensaciones que sentían eran tan exquisitas que empecé a mover mis caderas cada vez más rápido, estaba realmente excitada con la embestida de aquel desconocido que me poseía. No quería parar, más bien no podía, al sentir sus manos moviendo mis caderas y su respiración en mi nuca, me prendía más, lo deseaba más.

Mi cuerpo encendido destilaba por todos los poros el placer que sentía, mi sexo se derramaba poco a poco, a lo que él aprovechó para meterme los dedos, sentirme toda, así con la vagina palpitante y las entrañas llenas, me sentía morir en la agonía de los pecadores, de los impúdicos, de los marcados. Mis gemidos eras fuertes, mi cabeza deliraba y sus palabras en mi oído hacían que mi cuerpo temblara, me sentí gozar como una puta.

Su mano llena de mis jugos tuvo que tapar mi boca para no dejar escapar los gritos del orgasmo, todavía no quería él que me viniera, quería que aguantara, más no pude y una convulsión recorrió mi cuerpo retorciendo en éxtasis, mis mieles escurrían en demasía, sentí como mi cuerpo se desprendía de mi alma haciéndome llegar al cielo, había muerto y caía rendida al placer, me perdí en él.

Los rayos dorados de luz entraron por mi la ventana clavándose en mis ojos, el calor incómodo del cuarto y los excesos de la noche hacían que tuviera mi cabeza dando vueltas, me contemple desnuda y comencé a recordar lo que había pasado, lo que mi cuerpo sintió al temblar en ese orgasmo. Él no estaba, el hombre que me devolvió la vida y me había matado se había marchado sin rastro.

jueves, 17 de febrero de 2011

Mi Muñeca de Porcelana.

Mi primo tenía 16 años, él y yo éramos muy unidos a pesar de nuestra abismal edad. Me defendía de todo y de todos, la última vez que lo vi me dijo: Lástima que no pude defenderte de mí y se marcho de mi vida. No lo comprendí en ese momento, pasaron muchos años para entender que lo que hicimos no estuvo bien.

Erick me descubrió masturbándome en el cuarto de la abuela donde solía esconderme siempre para hacerlo a la hora que los grandes tomaban café, así que tomé mi tiempo para sentarme de lado a la cama, acomodé mi vestido largo de muñeca de porcelana y puse un talón bajo mi sexo para frotarme con él.

Desde el primer día supe que me espiaba cuando jugaba en ese cuarto, después de varios días él también empezó a tocarse mientras yo lo hacía, extrañamente para mi, que era nueva en ese tipo de cosas, me excitaba saber que su respiración se entrecortaba al verme ahí, dándome placer.

Un día lo enfrente y le dije que sabia que me espiaba, me persiguió por toda la casa hasta que me atrapó y derribó a cosquillas y besos. Eso me encendió como nunca, así que lo besé en la boca. Él se separó de mi confundido y salió corriendo a su cuarto. Trató de evitarme a toda costa, porque cada vez que lo veía le decía que yo lo amaba, lo quería para mí. Me evitó mucho tiempo, se ponía incomodo cada vez que nos quedábamos solos. Yo no dejé de ir al cuarto de mi abuela, el ya no no iba a espiarme y eso me entristeció, hasta quedarme sin ganas de vivir.

Pasaron dos años, una noche entró en mi cuarto, me despertó y me dijo: " haz lo que siempre haces, quiero ver como goza mi muñeca de porcelana"  me senté en el piso y comencé  a tocarme como lo hacía, él saco su miembro y empezó a masturbarse, me gustó mucho escuchar los sonidos que hacía y mis mejillas se encendieron cada vez más. De pronto se acerco a mi y se vino en mi cara, sentí su líquido espeso y caliente, me quedé extasiada, ahí, observando su mirada, sus gestos. ¿Qué pasó? No sabía pero no me había desagradado para nada, las nuevas sensaciones en mi cuerpo eran tan placenteras, que jamás me pregunté por qué estar juntos lo atormentaba tanto.

Lo hicimos cada vez que me quedaba a dormir a su casa durante años. Después de tocarnos me acariciaba el pelo y besaba mi frente hasta que me quedaba dormida. Una noche antes de que se fuera a USA a estudiar me pidió antes de venirse que abriera la boca y lo chupara, así lo hice. Esa noche se puso a llorar y me dijo, perdóname soy un monstruo. 

No se despidió de mi, simplemente se marchó.

jueves, 10 de febrero de 2011

Un sueño mojado

Estaba dormida, mis sueños eran agitados, estabas en ellos. La escena, yo encima de tu escritorio con la falda arriba mostrándote mi tesoro empapado. Tus ojos destilaban lujuria al igual que el miembro que te palpitaba fuerte, intenso. Comencé a masturbarme para que pudieras verme extasiada, en plenitud.

Te acercaste lento, como si quisieras torturarme. Te sentaste en tu silla y sacaste tu pene porque ya no te cabía en el pantalón. Seguiste mirando como me tocaba, como me escurría y mojaba la mesa de madera que me sostenía. Estabas tan cerca que podías oler mi sexo agonizante por una caricia tuya, por tu lengua.

Metiste dos dedos a mi vagina, profundo y rápido, los llevaste a tu boca, lamiste y dijiste: "como me gustas". Eso me volvió loca y contuve un grito que hubiera reventado los cristales de la oficina, pero callé porque afuera, esta tu esposa.

Toda mi pasión y lujuria se concentraron. bajé del escritorio para sentarme encima de ti, dándote la espalda.  Suspiraste en mi oído, yo me moví rápido. Quería que me llenaras de ti, de tu amor, que te me escurrieras lento mientras caminaba a mi escritorio, a mi casa.

Nuestra respiración se entrecortó, se hizo rápida. Nadie ha encendido mi sangre más que tu, me sentí al igual que lava, hirviente. Me tomaste del cabello para darme un beso largo, apasionado. Yo seguí moviendome rápido, cada vez más intenso, no pude más y ahí entre tus brazos, me derretí.

Tocaste mis senos como si fuera la primeras vez que tocabas unos, apasionado y con movimientos torpes, me imagino que era por la prisa de nuestra pasión, me gustó. Aún así yo montada en ti, subiendo y bajando, me moría. Dejé escapar un grito producto de mi gran venida. Ya no me importó nada, tu tapaste mi boca como si quisieras contenerlo, más no pudiste y te veniste conmigo.

Se escuchó como la puerta quería abrirse, sabíamos que era ella. Más no hicimos nada, no queríamos perdernos un segundo de nuestro éxtasis.

Luego desperté...ahí seguías, dormido entre mis sábanas