viernes, 4 de marzo de 2011

El Espejo

Era una noche de esas en la cual traes trabajo a casa, llegué cansada por la cotidiano de la oficina, las juntas, el tráfico. Abrí una botella de vino, me desvestí hasta quedarme en ropa interior y me dispuse a seguir con los pendientes del día, no quería dejar nada para mañana.

Después de unas horas de arduo trabajo, me llevé una sorpresa al levantarme de la mesa y pasar frente al espejo, no era mi reflejo el que yo contemplaba, era el tuyo, tu rostro, tus manos. Me di vuelta y vi que no estabas, que era yo a quien miraba, más no era yo, eras tú. No quise prestarle atención, me dije: " Es el cansancio". Fui a la cocina y preparé un café cargado, lo tomé despacio mientras pensaba en el stress, los compromisos. Seguí bebiendo.

La puerta se abrió y vi por el reflejo del espejo que no eras tú, era yo quien entraba. Te acercaste a mi y me besaste. Pude sentir como toqué mi propio cuerpo, mis propios labios, me besé a mi misma. Te separé de mi para poder contemplarme, y ahí en todo esplendor vi mi piel de porcelana, mi cabello largo y rizado, pude oler en ti mi propio perfume. Mis ojos avellana de mirada profunda, al mirarlos te reflejaban. ¡No lo podía creer, si era yo!  Locura sin duda la que me embriagaba y es por ésta que no perdí la oportunidad de poseerme, de amarme.

Despacio desabroché mi camisa, acaricié mi pelo, bese mi ojos, mi cuello, baje la falda. Sabía lo que me excitaba, entonces no dude en decirme al oído todas las cosas que yo misma me provocaba. Te llevé a la cama, y ahí, frente al espejo nos pude ver reflejados, hermosos. No puedo negar que me encantó ver mi piel desnuda, sentirla tan suave bajo mis caricias, el verme estremecerme era increíble, me sentí plena, completa al ver tu piel, que era mía, reactiva, erizada.

Comencé a besarme apasionadamente, me tomé del pelo, me estreché en tus brazos, lento recorrí mi cuerpo con tus besos, abrí tus piernas que eran mías y hundí mi cara en mi propio sexo. Me regale los manjares de las mieles que brotaban incontenibles. Me escuché gemir mientras yo lamía, me probaba. La excitación era grande, era un sueño lo que sentía, no cabía más de placer al sentir mis senos en mi boca, mordidos y estrujados en mis manos. Al fin  me penetré, nos sin antes decirme cuanto me deseaba y reflejarte en mis ojos de nuevo. Me gustó ver mi cara en la embestida, donde deje escapar por la boca el poco aliento que contenía. Yo era mía, me pertenecía toda, me entregue completa, a mi misma.

Ver mi cuerpo como se retorcía y sentirme temblar mientras lo contenía con mis manos, fue el mejor regalo que me pudo dar la vida, sentir que me diluía en mi misma, que podía estar con la persona que realmente amaba, hacerme el amor e implosionar en mi ser y explotar en tu cuerpo, que era mio. Me llené al fin de mi, me intoxique conmigo, me embriagué de mi vino, de mi propio veneno, me amé, me lamí, me mordí, me rasguñé, me perdí, me enamore y me rompí el corazón, me llevé al cielo de donde no pude bajar más, me encontré  y así me pude devolverme la vida.

Cuando después de tanto éxtasis pude ver que me había quedado dormida frente a la computadora, froté mis ojos y me dije: "fue un sueño",  más mi sorpresa fue muy grande, al ver que junto al espejo me había dejado unas rosas.

martes, 1 de marzo de 2011

El desconocido

Ahí estaba yo, tomando unos tragos en una fiesta, bailando al ritmo de la música con mis amigos, la mini se subía mostrándome de más, sin medir lo que bebía, pasaron las horas. Mis sentidos alterados me decían que no era bueno que permaneciera ahí, que me marchara, más no pude, una mano me detuvo, firme y cálida. Perdí la noción del tiempo, todo se veía como cámara rápida, de pronto ya estábamos en un cuarto, las caricias se volvieron profundas, hasta un tanto agresivas, apasionadas,  mi boca dejaba escapar uno que otro gemido y mi cuerpo me pedía que lo penetraran.

No recuerdo cuando, pero quedé desnuda, y con su miembro clavado en mis entrañas, las sensaciones que sentían eran tan exquisitas que empecé a mover mis caderas cada vez más rápido, estaba realmente excitada con la embestida de aquel desconocido que me poseía. No quería parar, más bien no podía, al sentir sus manos moviendo mis caderas y su respiración en mi nuca, me prendía más, lo deseaba más.

Mi cuerpo encendido destilaba por todos los poros el placer que sentía, mi sexo se derramaba poco a poco, a lo que él aprovechó para meterme los dedos, sentirme toda, así con la vagina palpitante y las entrañas llenas, me sentía morir en la agonía de los pecadores, de los impúdicos, de los marcados. Mis gemidos eras fuertes, mi cabeza deliraba y sus palabras en mi oído hacían que mi cuerpo temblara, me sentí gozar como una puta.

Su mano llena de mis jugos tuvo que tapar mi boca para no dejar escapar los gritos del orgasmo, todavía no quería él que me viniera, quería que aguantara, más no pude y una convulsión recorrió mi cuerpo retorciendo en éxtasis, mis mieles escurrían en demasía, sentí como mi cuerpo se desprendía de mi alma haciéndome llegar al cielo, había muerto y caía rendida al placer, me perdí en él.

Los rayos dorados de luz entraron por mi la ventana clavándose en mis ojos, el calor incómodo del cuarto y los excesos de la noche hacían que tuviera mi cabeza dando vueltas, me contemple desnuda y comencé a recordar lo que había pasado, lo que mi cuerpo sintió al temblar en ese orgasmo. Él no estaba, el hombre que me devolvió la vida y me había matado se había marchado sin rastro.